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Written by Editor29 mayo, 2025

Entre la lona y el lujo: el abismo entre Saymi Pineda y el pueblo que dejó atrás

PRINCIPAL . REPORTAJES Article

Saymi Pineda Velasco, secretaria de Turismo de Oaxaca, aspira a la gubernatura mientras vive rodeada de lujos. Sin embargo, ha olvidado a su gente en San Pedro Pochutla, municipio que gobernó dos veces y donde aún mantiene control político, pese a las profundas carencias que enfrenta la población

Miguel Ángel Maya Alonso

San Pedro Pochutla, municipio enclavado en la región Costa de Oaxaca, es un territorio que sintetiza las profundas contradicciones de México. Con una población cercana a los 50 mil habitantes, esta tierra carga con una paradoja dolorosa: mientras el turismo internacional llena sus playas y engorda las cifras de derrama económica, buena parte de su gente sobrevive en condiciones de pobreza y marginación.

Puerto Ángel, una de las playas más emblemáticas de Oaxaca, es la joya de la corona pochutleca. En 2024, recibió más de medio millón de turistas, quienes dejaron una derrama económica superior a los 880 millones de pesos, según cifras oficiales de la Secretaría de Turismo del estado. Sin embargo, esa bonanza no permea a las comunidades más vulnerables del municipio. Lejos del mar y del bullicio turístico, reina el olvido.

A escasos kilómetros de la zona costera se encuentra la agencia municipal de Reyes, un pequeño poblado que no figura en los folletos promocionales ni en las estrategias de desarrollo del gobierno. Aquí, la pobreza no es una estadística, es una experiencia cotidiana. No hay caminos pavimentados, no hay centros de salud equipados, no hay agua potable, aunque hay un río, sus aguas están contaminadas, y en muchos hogares no hay electricidad. Lo que sí hay es calor, polvo y una lucha diaria por sobrevivir.

Esta comunidad es testigo de una de las brechas más ofensivas del México contemporáneo: la que existe entre quienes usan el poder como plataforma de vanidad y quienes esperan, con esperanza y resignación, los beneficios más elementales del desarrollo. Desde este mismo municipio emergen dos historias que ilustran esa distancia abismal.

Por un lado, está Saymi Pineda Velasco, actual secretaria de Turismo del estado de Oaxaca y considerada una de las cartas fuertes del gobernador Salomón Jara para sucederlo en el cargo. Oriunda de Pochutla, Saymi ha transitado de la política municipal al lujo del gabinete estatal, rodeada de escándalos por despilfarro de recursos públicos, promoción personal con dinero del erario y fiestas ostentosas que contradicen el discurso de austeridad. Su proyección no tiene límites: aspira a ser gobernadora.

Por el otro lado está Teresa Cruz Ruiz, madre de familia de la agencia de Reyes. También pochutleca, pero lejos del poder. Vende tostadas para sostener a sus hijos, vive bajo una lona azul que hace las veces de techo, y sus noches transcurren mirando las estrellas mientras intenta dormir sobre un colchón viejo. Su aspiración no es llegar al poder, ni hacerse visible en redes sociales; su ambición es más modesta, pero profundamente humana: tener una casa digna, comida para sus hijos y un poco de esperanza para el día siguiente.

La historia de San Pedro Pochutla es la historia de un país en el que los recursos públicos se evaporan en eventos, conciertos, viajes y autopromoción, mientras cientos de comunidades siguen esperando una escuela con techo, una clínica con medicina o una lámpara encendida en la noche. Es el reflejo más cruel del abandono gubernamental, maquillado por discursos y cifras que poco tienen que ver con la vida real de su gente.

Y así, mientras Saymi baila en Colombia con dinero público y sueña con gobernar Oaxaca, Teresa aguanta el calor, el hambre y el olvido, soñando apenas con sobrevivir un día más.

Luces para una, oscuridad para otra

Las luces caían del techo como cascadas brillantes, iluminando el salón Mosa Yaga con tonos dorados y violetas. El aroma a vino importado flotaba entre las mesas, mientras los invitados desfilaban uno tras otro, luciendo vestidos entallados, maquillaje profesional, trajes de diseñador y relojes de pulsera que valen más que una casa.

Era el 4 de julio de 2024, y en Santa Cruz Xoxocotlán se celebraba una fiesta: el cumpleaños de Saymi Pineda Velasco, actual secretaria de Turismo del Estado de Oaxaca y figura cercana, casi ungida, del gobernador morenista Salomón Jara Cruz para sucederlo en el poder.

Afuera, lejos de los cristales polarizados, la opulencia y los brindis, otra escena se desarrollaba esa misma noche. A más de 150 kilómetros de distancia, en la ranchería La Anona, de la agencia municipal de Reyes, en San Pedro Pochutla, Teresa Cruz Ruiz se recostaba en un viejo colchón rodeada de sus hijos. Una lona azul, sostenida con palos, hacía las veces de techo.

El cielo estrellado se colaba por las rendijas, y los jejenes zumbaban cerca de sus piernas. Esa noche, como tantas otras, Teresa miraba hacia arriba y trataba de soñar, aunque el calor, la humedad y la incertidumbre le dificultaran el descanso.

Ambas son mujeres oaxaqueñas. Ambas son originarias de San Pedro Pochutla. Y hasta ahí terminan sus coincidencias.

Saymi, cacique del municipio, gobernó dos veces y mantiene el control político a través de su círculo más cercano: el actual presidente municipal, Amado Rodríguez Gijón, es su aliado incondicional. Su estilo de vida no deja lugar a dudas: cirugías estéticas, constantes apariciones en conciertos exclusivos, ropa de diseñador y una presencia constante en redes sociales.

Para ella, la política es una pasarela. La Secretaría de Turismo, una vitrina de imagen personal. En su cumpleaños, incluso obligó al personal bajo su cargo a felicitarla públicamente, según denuncias internas.

Teresa, en cambio, sobrevive. Vende tostadas en un comal improvisado bajo una techumbre de tejas sostenida por vecinos que, igual que ella, poco tienen. No cuenta con energía eléctrica, ni agua potable, ni seguridad. Su ropa está manchada de masa; sus manos, endurecidas por años de trabajo, sostienen una esperanza mínima: que mañana haya comida para sus hijos. Más allá del día siguiente, no hay certezas.

Mientras Saymi rentaba un salón de lujo por casi 400 mil pesos para su fiesta, una cifra que supera por mucho el ingreso anual de la mayoría familias en Pochutla, Teresa, en ese mismo instante, cocía maíz para hacer tortillas. Sin refrigerador, sin cama digna, sin futuro garantizado.

Ambas mujeres nacieron en la misma tierra. Pero una creció en el terreno fértil del poder, el amiguismo político y la impunidad. La otra germinó entre piedras, pobreza y abandono institucional. Una es celebrada con champaña y fuegos artificiales. La otra sobrevive con el silencio, los zancudos y la incertidumbre.

La historia de Saymi y Teresa no es solo una postal del contraste social en Oaxaca: es una denuncia viva. Es un espejo incómodo para quienes gobiernan bajo la bandera de la “austeridad republicana”, pero celebran como si el Estado les perteneciera.

Porque mientras una mujer baila entre luces artificiales, otra duerme entre sombras reales.

Una lona contra el olvido

En La Anona, una ranchería escondida entre cerros, ríos y caminos de tierra de San Pedro Pochutla, el calor no perdona. Desde temprano, el sol cae pesado sobre los techos improvisados, hierve la tierra y se mete en los huesos. No hay sombra que alcance, y menos si tu casa es una lona. Teresa Cruz Ruiz lo sabe bien: vive bajo un pedazo de plástico sostenido por varas, sin paredes, sin láminas, sin más protección que su propia dignidad.

Tiene algunos meses en ese sitio. Huyó de Reyes, su antiguo hogar, no por deseo, sino por miedo. Su propio hijo la golpeaba, la humillaba, la amenazaba, “me trataba como perro”, dice, conteniendo el llanto, “me gritaba, me quería tocar… por eso me salí. Ya no podía más.” Una vecina le advirtió: “Ese hijo tuyo te puede matar.” Entonces, Teresa huyó. Cruzó la desesperación con lo poco que tenía: dos niños pequeños, una muda de ropa y el valor de vivir sin violencia.

En su nueva vida no hay paredes, ni piso firme, ni agua. Hay aire caliente que recorre todo, sol que quema la piel, y un silencio de abandono. El gobierno la ha escuchado muchas veces, pero nunca ha respondido. “Siempre me engañan”, cuenta. “Me dicen que me van a ayudar, que van a venir a anotar, pero no regresan.”

Hace tostadas para sobrevivir. Lo poco que gana lo usa para alimentar a los niños y mantener esa casa improvisada, donde todo es temporal. Las láminas que un día formaron parte de su cocina ahora son su techo. “¿Cómo voy a hacer para mi casa?”, se pregunta, mientras el calor de mediodía convierte la lona en un horno.

Allá en Reyes, su hijo menor vivía enfermo. Desde que llegaron a La Anona, dejó de dolerle todo. “El niño se sanó”, dice Teresa, como quien encuentra consuelo en medio de la miseria. Tal vez la paz también cura. Tal vez huir fue su única medicina.

Pero el abandono gubernamental no se sana tan fácil. Pesa. Cansa. Duele. Teresa no pide lujos: solo un techo que no queme, que no se mueva con el viento, que no deje pasar el sol como si fuera una cuchilla. Pide vivir con dignidad. Pide que alguien la vea.

Mientras tanto, sobrevive. Entre lonas que arden, tostadas calientes y promesas frías. En su casa de calor y esperanza, Teresa sigue de pie. Porque, aunque todo le falte, eligió lo más valiente: salvar su vida.

Del turismo a la opulencia: los escándalos de Saymi Pineda

Mientras Oaxaca enfrenta carencias estructurales en hospitales, escuelas y caminos rurales, la secretaria de Turismo estatal, Saymi Pineda Velasco, parece moverse en una realidad paralela marcada por el derroche, el lujo y el abuso de poder.

Designada como una de las funcionarias más cercanas al gobernador Salomón Jara Cruz, Pineda Velasco ha acumulado una larga lista de escándalos que han generado indignación pública. El más reciente: un viaje a Colombia con 30 funcionarios de la Secretaría de Turismo, financiado con recursos públicos, donde lejos de promocionar la riqueza cultural de Oaxaca, el equipo protagonizó una escena ridiculizada en redes sociales al bailar “La iguana”, danza tradicional del estado de Guerrero.

Pero este episodio es apenas la punta del iceberg.

En el marco de las fiestas de la Guelaguetza 2024, Saymi Pineda autorizó un gasto de más de 10 millones de pesos en regalos para invitados VIP, en contraste con las comunidades indígenas que apenas tienen acceso a agua potable o servicios médicos básicos. A eso se suma el concierto de Julión Álvarez, cuyo costo superó los 12 millones de pesos. La opacidad en la contratación ha generado sospechas de corrupción, al grado que la diputada federal del PT, Margarita García García, cuestionó la autenticidad de las facturas presentadas, acusando incluso que ni el propio gobernador cree en ellas.

Para el Día de Muertos, el dispendio se repitió: más de 3 millones de pesos en papel picado adornaron la capital, mientras cientos de familias en zonas rurales enfrentaban la muerte sin medicamentos, doctores o ambulancias.

El colmo llegó el pasado 4 de julio de 2024, cuando la funcionaria celebró su cumpleaños en el exclusivo salón Mosa Yaga, con un costo estimado en 400 mil pesos. En redes sociales circularon imágenes de invitados vestidos de gala, mientras, ese mismo día, familias como la de Teresa Cruz Ruiz, en San Pedro Pochutla, la tierra natal de Saymi, dormían bajo lonas y cocinaban con leña por falta de servicios básicos.

A esta cadena de excesos se suma el uso político del cargo. Diversas fuentes internas señalan que la secretaria ha exigido a sus subordinados que la feliciten públicamente en fechas conmemorativas, como su cumpleaños, en un acto que raya en el culto a la personalidad.

Además, el dominio político que mantiene en San Pedro Pochutla, donde fue dos veces presidenta municipal, deja ver un cacicazgo regional consolidado. El actual edil, Amado Rodríguez Gijón, es señalado como parte de su grupo cercano, lo que refuerza su poder territorial y sus aspiraciones políticas, presuntamente con el respaldo del gobernador.

Pese a los múltiples señalamientos, Saymi Pineda sigue en el cargo, sin rendir cuentas claras sobre el uso de los recursos públicos. La falta de auditorías, transparencia y consecuencias políticas no solo desacredita su gestión, sino que agravia a un estado que sigue esperando justicia social y sensibilidad por parte de sus gobernantes.

Mientras la funcionaria acumula poder, reflectores y privilegios en el escenario político estatal, miles de oaxaqueños como Teresa siguen esperando que la dignidad no sea un lujo, sino un derecho. La historia de Pochutla, de sus contrastes y silencios, exige más que discursos y promesas: reclama un cambio real que no parta de los salones de gala, sino de los caminos de tierra donde la vida, aún con todo en contra, insiste en resistir.

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